Crecí rodeado de ritmos, muros y tinta. Mi primer contacto con el arte no fue en una galería, fue en la calle. Entre el sonido del spray, los trenes que pasaban y las paredes que se convertían en mensajes. Ahí descubrí que el arte no necesita permiso, solo actitud. Que lo importante no es hacerlo bonito, sino hacerlo real.
El hip hop me enseñó eso: la cultura de crear desde cero, de expresarte aunque no tengas espacio. El graffiti fue mi primer lenguaje, y las letras, mis primeras compañeras de viaje. A base de noches pintando, de bocetos improvisados y de la adrenalina de ver tu nombre en un muro, aprendí que el estilo no se copia, se construye.
Después vino la formación. Estudié Artes Aplicadas al Muro, grado medio y superior, porque quería entender el porqué de lo que ya hacía por instinto. En esos años, empecé a unir la técnica con la emoción. Aprendí de materiales, de composición, de historia del arte… pero siempre con la cabeza puesta en la calle. Cada proyecto académico lo imaginaba con textura de muro, con olor a pintura fresca.
De esa mezcla nació mi forma de trabajar actual: una fusión entre lo urbano y lo artístico, entre el trazo impulsivo del graffiti y la precisión que pide el tatuaje. Hoy mi estilo se define por el lettering y el realismo en blanco y negro, dos mundos que parecen opuestos pero que en mi cabeza encajan como piezas de un mismo puzzle. El primero me conecta con el movimiento, con la energía y el ruido. El segundo me da la calma, la profundidad y el contraste.
Cada tatuaje, cada mural, cada proyecto que llevo adelante tiene esa raíz. No busco la perfección digital ni la imagen impoluta: busco alma, textura, vivencia. Mis influencias no vienen de Pinterest ni de modas pasajeras. Vienen de años de cultura hip hop, de cintas gastadas, de cuadernos llenos de bocetos, de viajes en tren con olor a pintura, de conversaciones con gente que vive el arte de verdad.
Mi trabajo habla de eso: de identidad, de respeto por el oficio y de pasión por lo que se hace con las manos.
Porque el arte urbano me enseñó algo que nunca se olvida — que lo que se hace desde dentro, deja marca
